jueves, 27 de diciembre de 2007

Funciones

"─Padre Manrique ─trató de explicarle un día─,

hay algo que me preocupa seriamente:

Cada vez que salgo con Baby Schiaffino termino agotado,

casi deshecho,

y sin embargo siempre quiero volverla a ver."

Alfredo Bryce Echenique, Baby Schiaffino

El pobre muchacho la vio bañándose tras la carpa del circo, a un lado de las jaulas. Leticia se cubrió los senos con los brazos en cruz y al pobre muchacho sencillamente se le detuvo el corazón. Ella corrió hacia la casa rodante y él se golpeó el pecho como para reaccionar y se fue cabizbajo a seguir caminando sin rumbo, y no vislumbró su enamoramiento sino cuando se reflejó desnudo en un charco del patio de su casucha, y se llevó la imagen color piel con una mancha de pelos en el centro a la mente, y su mano derecha al vientre bajo. Antes de ese martes, él no había presenciado más desnudez que la propia o la de sus catorce hermanos.

Leticia tenía pulidos todos los encantos de una mujer atractiva. Trapecista, malabarista y domadora de hienas del África según anunciaban los folletitos del circo London que tapizaron las calles de la pobre colonia. Aunque en realidad, de no haberse tratado de una chica tan perfecta, al pobre muchacho le hubiera causado el mismo efecto alucinante que la desnudez de Leticia. El miércoles el pobre muchacho recogió uno de aquellos folletitos que también eran cupones de diez pesos de descuento en la admisión de adulto, y entonces se dio por completo a la tarea de recolectar veinte pesos para el siguiente día, el día del estreno. ¡Venga a divertirse con su familia, sobre usted caerán cien toneladas de fe-li-ci-dad!, pregonaban las bocinas del carro publicitario. ¡Función de gala, función de estreno...!, uno miraba hacia el cielo y tras la avioneta amarilla se deshacían nubes de folletos.

Por vez primera el corazón del pobre muchacho experimentó un sentimiento relacionado con el amor. Su profunda ignorancia no le permitió idealizar a Leticia como una mujer con la cual anhelaba hacer el amor, o tomar una taza de té o un vaso de refresco, o caminar en el parque, pero le dio la oportunidad de no darse cuenta de ello. Fue así que su corazón dio los primeros pasos.

El pobre muchacho no conocía un circo por dentro.

Así pues, entre masturbaciones fugaces y pensamientos confusos, impaciencias y ruegos económicos, después de juntar los veinte pesos y de soportar la noche en vela, los dolores de cabeza y el malestar estomacal de la expectación, llegó la tarde del jueves y la hora del estreno.

Siete de la noche. Había muchos niños y las luces tiritantes lastimaban los ojos y olía a mierda de bestia. El pobre muchacho acompañado de su eterno semblante tarado, arribó al circo con dos horas de anticipación y fue la primera persona de gradas en entrar a la carpa y fue la persona que se sentó en primera fila de gradas en el punto medio de la media luna que formaban las gradas de madera.

Primera, segunda, tercera llamada. Iniciaron los malabaristas. Un impactante número en el que tres hombres malabareaban en triángulo dieciocho pelotas a la vez. Continuaron las más bellas princesas de los cuentos de hadas, y aunque el pobre muchacho no vio a Leticia más de tres segundos, no confundiría su rostro y su figura con las de otra mujer, y no la identificó entre ningún hada de cuento. El número siguiente fue el de las hienas salvajes del África, que fue más bien una simple exhibición que impresionó al público: las hienas parecen perros pero si les miras la cara dan ganas de huir. No ladraron. Tampoco apareció ella. Un niño de diez años dando maromas en un brincolín, un payaso cuya gracia era picarle el culo a un señor trajeado y hacer gestos de inocencia, un partido de fútbol entre dos equipos de cinco perros cada uno, un paseo por la pista sobre un poni a diez pesos venga traiga a su hijo. Minutos más tarde el intermedio.

El pobre muchacho se mordía la lengua, los cachetes, los dedos, los brazos. Le dio un tremendo coraje. Un coraje relacionado con el amor que años después recordaría como el único coraje placentero y hasta cierto punto feliz que tuvo en la vida.

La gente descendió de las gradas a comprar dulces: algodones de azúcar, manzanas rellenas de chile y cubiertas de caramelo, hamburguesas, refrescos, palomitas, nachos y cervezas. Pero el pobre muchacho se quedó enfocando lo que se encontraba justo frente a él, la unión de las dos cortinas guindas de donde salían los artistas y de donde de pronto salió un elefante montado por una mujer vestida con un traje lila que le cubría todo el cuerpo, y una bolsa negra en la cabeza. El público se entusiasmó y continuó la función. Con la bolsa en la cabeza, la mujer se paró en el lomo del elefante mientras éste daba vueltas a la pista con pasos lentos y agitando las orejas. El corazón del pobre muchacho casi se colapsa de incertidumbre, pero poco le duró el gusto de sufrir, porque la mujer se quitó la bolsa y resultó que no era mujer sino el payaso estelar, y todo el público lo festejó con una risotada sincera. Pero el pobre muchacho quería llorar.

El payaso se subió en el péndulo de la muerte, y al mismo tiempo unos equilibristas alteraron los nervios del público con sus suertes mágicas de amarrar a dos niños en los extremos de un tubo de tres metros y colocar el tubo en los pies del equilibrista-malabarista acostado y abandonar a sus facultades cirqueras la vida de los niños cuando éste comenzó a girar el tubo con los pies y el público ya no sabía si gritar o aplaudir cuando veían a los niños estirados y en remolinos y los pies del equilibrista moviéndose tan rápido como los dedos de un pianista profesional. Al pobre muchacho le alegró que el acto terminara sin accidentes, pero su espera desesperó en rabiosos desplantes que espantaron a los niños en las gradas.

Y los tigres de bengala, y Leticia no se apareció nunca.

Sin más uñas qué morder, se dejó gobernar por una tristeza relacionada con el amor que nunca había sentido en su vida, se golpeó el pecho como para reaccionar y se fue cabizbajo a seguir caminando sin rumbo. Años después el pobre muchacho, convertido ya en un pobre hombre, recordó aquella época como la única en la que estuvo vinculado con cosas relacionadas con el amor.

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